Para llevar a cabo su misión salvífica, la Iglesia se sirve principalmente de los medios que Jesucristo mismo le ha confiado, sin omitir otros que en las diversas épocas y culturas sean aptos para conseguir su fin sobrenatural y para promover el desarrollo de la persona.

Por este motivo, la Iglesia crea sus propias escuelas, porque reconoce en ella un medio privilegiado para la formación integral del hombre, ya que es un centro donde se elabora y transmite una concepción específica del mundo, del hombre y de la historia.

El proyecto educativo de la Escuela Católica se define por su referencia explícita al Evangelio de Jesucristo, con el intento de arraigarlo en la conciencia y en la vida de toda la comunidad educativa, teniendo en cuenta los condicionamientos culturales de hoy. Por esta referencia a Cristo como fundamento es que la escuela promueve el sentido nuevo de la existencia, transformando al hombre para vivir de manera divina, es decir a pensar, querer y actuar según el Evangelio. Los principios evangélicos se convierten en normas educativas, motivaciones interiores y metas finales.

El fin de la Escuela Católica es la comunicación crítica y sistemática de la cultura para la formación integral de la persona, dentro de una visión cristiana de la realidad, mediante la cual la cultura humana adquiere su puesto privilegiado en la vocación integral del hombre. La tarea fundamental que le corresponde es lograr la síntesis entre fe, cultura y vida, a través de la integración de los diversos contenidos del saber humano a la luz del mensaje evangélico, y mediante el desarrollo de las virtudes que caracterizan al cristiano.

La escuela es un lugar privilegiado de promoción integral, mediante un encuentro vital con el patrimonio cultural y también espacio de evangelización, donde no sólo se eligen valores culturales, sino también valores de vida: “Es el ámbito específico de la formación integral de la persona humana a través de la comunicación crítica y sistemática de la cultura”. Por todos estos motivos, las escuelas católicas deben convertirse en lugares de encuentro de aquellos que quieren testimoniar los valores cristianos en toda la educación.

Entendemos por cultura “El modo particular como, en un pueblo, los hombres cultivan su relación con la naturaleza, entre sí mismos y con Dios, de modo que pueden llegar a un nivel verdadera y plenamente humano. Es el estilo de vida común que caracteriza a los diversos pueblos” (G.S. 53).Esta actividad es la respuesta a la vocación recibida de Dios que le pide perfeccionar toda la creación (Gén 1 y 2) y en ella sus propias capacidades y cualidades (DP 391).    La cultura es el proceso de conciencia colectiva que un pueblo tiene de su realidad histórica. Esa conciencia colectiva conduce a un pueblo a marcar un conjunto de valores que lo animan y de antivalores que lo debilitan. Abarca formas de expresión en estilos de vida, costumbres y lengua, también la experiencia vivida y las aspiraciones de futuro (DP 387).También es considerada como un. proceso histórico y social que brota de la actividad creadora del hombre (Id. 392-399). Todo hombre nace en el seno de una cultura determinada y, por consiguiente, al mismo tiempo queda enriquecido y condicionado por ella; pero su actitud no es meramente pasiva, no se reduce a recibir, sino que principalmente crea y transforma para transmitir. JuanPablo II afirmaba en 1985 en Lovaina: “La cultura no es un asunto exclusivamente de científicos, y mucho menos ha de encerrarse en los museos: yo diría que es el hogar habitual del hombre, el rasgo que caracteriza todo su comportamiento y su forma de vivir, de cobijarse y de vestirse, la belleza que descubre, sus representaciones de la vida y de la muerte, del amor, de la familia y del compromiso, de la naturaleza, de su propia existencia, de la vida común, de los hombres y de Dios”.

La misión evangelizadora que los miembros de la escuela deben llevar a cabo supone tres elementos claves: el testimonio de vida, el anuncio explícito y la adhesión vital. El primero supone irradiar de manera sencilla y espontánea la fe mediante la coherencia de la propia vida como proclamación silenciosa del Evangelio. Pero el testimonio de vida requiere en algún momento ser proclamado por la doctrina, la vida y el misterio de Jesús. El anuncio adquiere toda su dimensión cuando es escuchado, aceptado y cuando hace nacer en quien lo ha recibido una adhesión de corazón a la manera de ser y de vivir que inaugura el Evangelio. Finalmente, el que ha sido evangelizado evangeliza dando testimonio con sus palabras y toda su vida. Este proceso evangelizador sólo es posible cuando los miembros de la comunidad educativa son concientes de que su testimonio de vida es el primer paso para evangelizar en un segundo momento con el anuncio claro y explícito de Jesús, demostrando la conversión de vida con actitudes concretas.

 La tarea educativa debe partir de una adecuada concepción del hombre como persona en comunidad de personas. El Documento “Educación y proyecto de vida” se refiere al hombre como el único ser de la tierra que no solamente es capaz de realizar proyectos, sino que él mismo es proyecto por la riqueza de su espíritu encarnado que tiende a desplegar sus virtualidades. El hombre se percibe a sí mismo como un ser llamado a elegir un proyecto de vida en conformidad con su propio ser.

De acuerdo con esta idea sobre el hombre, concebimos a la educación como la tarea personal y comunitaria por la cual se lleva a cabo ese proyecto de vida, es decir capacitarse para autoconducir y perfeccionar la vida conforme con las exigencias profundas del propio ser. El Documento de Santo Domingo afirma que la educación “Es un proceso dinámico que dura toda la vida de la persona y de los pueblos. Recoge la memoria del pasado, enseña a vivir el hoy y se proyecta hacia el futuro”.

El hombre es un esencial proyecto dinámico por el cual toma conciencia de la realidad, busca la verdad, reflexiona, elabora experiencias, brinda amor profundo, crea orden y belleza, medita y contempla. La imagen del hombre cristiano aparece inmersa en la corriente vital de lo divino con toda una historia en la cual aparece elevado más allá de su naturaleza: hijo de Dios, caído, redimido y justificado, sellado por el Espíritu Santo que habita en él como un templo; partícipe del Cuerpo Místico de Cristo y como tal ungido sacerdote, profeta y rey. Lo que caracteriza a la persona es ser una unidad bio-psíquico-espiritual, una presencia consciente y creadora en el mundo, confiada a su libertad y responsabilidad, en medio de otras personas con las que no sólo debe convivir, sino autoconstruirse mediante la interacción con ellas y responder así al llamado de una misión trascendente. En su dimensión espiritual, la persona posee conciencia, por la cual el hombre se rescata del mundo de los objetos y se descubre y actúa como sujeto, fuente responsable de sus acciones. La conciencia es el órgano del sentido de la vida, del por qué y el para qué del mundo y de la marcha de la historia.

“En la unidad de un ser, a la vez corpóreo y espiritual, el hombre se presenta capaz de conocer, de amar y de obrar libremente. Por eso es persona y emerge en el mundo como la criatura más excelsa de todas. Al descubrirse en la conciencia de sí mismo como sujeto de su obra, experimenta el imperativo de decidir libremente para realizarse en plenitud. Por ello decimos que el hombre es un ser moral, o sea, dueño de sus actos y artífice de su destino. Está llamado a elegir un proyecto de vida de conformidad con su propio ser. Según aquél ha de conducirse cotidianamente en su relación con las cosas, con los demás hombres y con Dios”.

Por lo tanto, la primera tarea de todo educador será promover una verdadera educación, no sólo en lo intelectual, sino también buscando formar la conciencia de sus alumnos.

Surge la necesidad de cultivar la observación, la apertura a la realidad, la actitud contemplativa ante la naturaleza, la capacidad de interpretar los hechos y el sentido de los signos de los tiempos, inculcando la voluntad de verdad y justicia como fidelidad al ser, y la prudencia como virtud rectora hacia los fines propios de cada cosa.

La educación que suprime el juicio crítico, que no despierta el sano sentido crítico y se mueve sólo en términos de adaptación a la cultura vigente y observancia de un modelo estático de sociedad, no es verdadera educación, sino  domesticación y abuso del dominio de unos sobre otros. La autoconciencia y la toma de conciencia de las situaciones tienen como función principal permitir al hombre disponer de sí para poder optar, tomar posición personal ante la vida para ser en cierto modo creador de su mundo. Sentirse hombre requiere sentirse dueño de elegir y de hacer. Sólo por el camino de la libertad el hombre siente la vida como propia. Pero la libertad en sí misma no es un fin; tiene sentido cuando el hombre a través de ella ordena su existencia hacia un fin trascendente en todos los planos de su vida personal, familiar, ciudadana y religiosa. Nuestra tarea educativa consistirá en educar la libertad de los alumnos, insistiendo en que somos libres en la medida en que adherimos a la verdad y al bien: “Libre, en realidad es la persona que modela su conducta responsablemente conforme con las exigencias del bien objetivo”. La libertad profunda se refiere al definirse y disponer el hombre de sí mismo. Es la capacidad de disponer de sí para hacerse a sí mismo en cada elección y ejecución, ya que al hacer algo el hombre se hace a sí mismo.

La educación es el camino para incorporar la libertad al sentido de la vida, para formar hábitos operativos de modo que dichos fines sean fuente de motivaciones auténticas en todo comportamiento. No es educar propiciar la ley del menor esfuerzo, la renuncia a toda iniciativa personal o a la intervención comprometida, sino que es una ardua tarea para ayudar al hombre a superar sus esclavitudes y sus miedos a la libertad.

Las decisiones que el hombre debe tomar a cada paso en la vida conllevan la opción por algo favorable o desfavorable para su crecimiento como persona. Todo cuanto contribuya favorablemente a su proceso de humanización o perfeccionamiento como hombre resultará un verdadero valor; de otro modo será un antivalor.

El enriquecimiento personal no se opera por la simple incorporación de elementos culturales, sino por la decisión consciente de realizar aquellos que se ven como valiosos. De este modo, los valores se presentan como imágenes directrices de la conductaLa verdadera educación es axiológica, ya que culmina en la posesión vital y realización de valores. Estos deben fundar y sostener todo proyecto educativo, entrando en él como objetivos, contenidos y motivaciones.

La sociedad de hoy, en vez de proponer a los jóvenes que sepan responder a la autoexigencia de crecimiento en los valores, les habla más bien de adaptación, los acepta en la medida de su sumisión a las figuras de turno. Se promueve así el descanso en la mediocridad, en la ley del menor esfuerzo, la moda o la vida placentera exenta de esfuerzo personal.

El mundo de valores que cada uno prefiere configura su vocación y se convierte en uno de los perfiles más significativos de su identidad. Las circunstancias concretas de la vida llaman a cada cual a realizar los valores esenciales a través de variadas formas que constituyen su vocación de estado de vida y su vocación profesional. En realidad uno sigue los valores, no en abstracto sino encarnados en otras personas a las cuales trata de promover y ayudar a ser.

Como bienes que son, los valores tienden a la difusión de sí, de modo que no sólo sacan al hombre del enclaustramiento egoísta sino que también lo mueven a proyectarse, a producir en el mundo huellas de su imagen y semejanza. Lo moverán finalmente a donarse a sí mismo, porque el amor es la única actitud que confiere dignidad humana a toda otra actitud para con las personas.

La familia, la escuela y la sociedad tienen el deber de crear condiciones cada vez mejores para que cada cual pueda descubrir y realizar el llamado de sus responsabilidades vocacionales. En el seno de la familia, la persona descubre los motivos y el camino para pertenecer a la familia de Dios. De ella recibimos la vida, la primera experiencia del amor y de la fe. El gran tesoro de la educación de los hijos en la fe consiste en la experiencia de una vida familiar que recibe la fe, la conserva, la celebra, la transmite y testimonia. Los padres deben tomar nueva conciencia de su gozosa e irrenunciable responsabilidad en la formación integral de sus hijos.

La familia cristiana es la primera y más básica comunidad eclesialEn ella se viven y se transmiten los valores fundamentales de la vida cristiana. Se le llama “Iglesia doméstica”. Allí los padres son los primeros transmisores de la fe a sus hijos, enseñándoles, a través del ejemplo y la palabra, a ser verdaderos discípulos misioneros. Al mismo tiempo, cuando esta experiencia de discipulado misionero es auténtica, una familia se hace evangelizadora de muchas otras familias y del ambiente en que ella vive. Esto opera en la vida diaria dentro y a través de los hechos, las dificultades, los acontecimientos de la existencia de cada día. El Espíritu, que todo lo hace nuevo, actúa aun dentro de situaciones irregulares en las que se realiza un proceso de transmisión de la fe, pero hemos de reconocer que en las actuales circunstancias, a veces este proceso se encuentra con bastantes dificultades.

La familia y la escuela tienen una misión compartida: la corresponsabilidad educativa. Ciertamente la familia es la primera responsable y la escuela es subsidiaria, complementaria y solidaria.  Tienen cada una su particular contribución social y su aporte en la construcción de la ciudadanía. La familia educa principalmente para el proyecto de vida de las personas, la escuela fundamentalmente lo hace desde el proyecto educativo institucionalLas dos educan desde los valores: la familia desde la convivencia doméstica y la escuela desde la convivencia institucional y la sistematización de los contenidos de las diversas disciplinas. La educación familiar es prioritariamente relacional y la de la escuela (sin descartar lo relacional) es formal, ya que la escuela está inserta en el sistema educativo. Ambas comparten el cometido de la educación integral, basada en valores que permitan a la persona vivir plenamente  su vocación.

  •  Sagrada Congregación para la Educación Católica. La Escuela Católica.Roma. 1977.P. 26.
  • Paulo VI. Alocución al IX Congreso de la OIEC, en L´Osservatore Romano. 9 de junio de 1974.
  •  IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Nueva Evangelización, promoción humana y cultura cristiana. Santo Domingo. 1992. P. 263.
  •  Conferencia Episcopal Argentina. Dios, el hombre y la conciencia. P. 13.
  •  Juan Pablo II. Homilía Filadelfia, 3-10-79.
  •  Equipo Episcopal de Catequesis. Educación y proyecto de vida. En Documentos del Magisterio de la Iglesia sobre educación católica. Página 410.
  •  V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe. Documento conclusivo. Aparecida. Mayo 2007.P. 266.
  • Casas, Eduardo y De Césaris, Claudia. Una nueva escuela para nuevas familias. Ediciones J.A.E.C. Córdoba. 2009. Página 14.